sábado, 16 de noviembre de 2013

EL BICHO



Juan Pérez Agirregoikoa

Andaba el bicho sorteando obstáculos, encimándose a una piedra, descendiendo; topándose con una rama, dando media vuelta y cambiando el trayecto.
Insignificante ser, arrastrando su anatomía simple, invertebrado viscoso bien servido de extremidades, además de unas alas que le permitían volar.
Pocos vuelos dominaba el bicho, una determinada altura para invadir matas y arbustos, balanceándose en la frágil vértebra de un tallo, tomando el sol en el campo clorofílico de una hoja.
Era un bicho más en un mundo lleno de bichos ignorándose los unos a los otros, transitando incansables procurándose el sustento.

Nada ni nadie conocía la particular existencia de ese bicho, hasta que se cruzo en mi camino. Estaba yo deleitándome con el airecillo fresco y suave de una mañana de otoño. Apenas había clareado, transcurría ese momento donde la luz llega en silencio empujando los restos de la noche. La vida se iluminaba lentamente añadiendo sonidos y matices, regresando de su letargo, abriendo el apetito a los insectos, aves de espacio y de corral, animales y bestiarios esparcidos por la faz de la tierra.
En ese susurro de mi vida tenían cabida todos y cada uno de los momentos de mi existencia; una recopilación de instantes acumulados en un espacio físico que se sostenía  a base de nutrientes y con  el oxigeno que exudaba la vegetación.
El bicho de poco más de un centímetro, coexistía conmigo en esa mañana incipiente; en su trayecto se topó con mi pie y siguió caminando, ascendiendo por mis dedos, cosquilleando mi epidermis, ripiando mi sensibilidad con un escalofrió.
Mi observación adquirió consistencia, dedicando todo mi interés a la actividad de aquel pequeño ser.



Supuse que él ignoraba mi presencia, mi observación le traía sin cuidado, caminaba a trompicones y de vez en cuando abría sus alas realizando cortos vuelos y posándose de nuevo en la gravidez.
El bicho pasó de ser insignificante a ser tenido en cuenta; el mero hecho de reparar en él incitaba mi filosofía, despertaba mi curiosidad. El bicho y yo en una mañana de la vida, ejerciendo tareas diferentes desprovistas de intereses comunes, respirando sustancias y captando sonidos.
Pensé por un momento, en mi superioridad de tamaño, en mi ventaja consciente, en mi fuerza física. Yo poseía poder para aplastarlo, él la indiferencia hacia ese poder; esa ventaja le permitía caminar sin vacilación, sin miedo. Yo, sin embargo, realizaba malabarismos mentales obstinados en filosofar con su existencia, elucubrando a cerca del sentido de las cosas, comparando el valor de su vida respecto al de la mía.



Juan Pérez Agirregoikoa
Poco le importaba al bicho mi observación, ni la tasa que yo pudiese hacer sobre el valor de su vida.
Tal vez todos somos bichos observados por alguna inteligencia superior con poder para decidir sobre las existencias de tanto bicho. Tal vez nuestros miedos sean la desventaja del consciente; quizás nuestros razonamientos solo sean caminos para la evaluación de nuestros comportamientos; quien sabe si nuestros comportamientos contienen razón alguna que conceda sentido a la existencia.
El sol ya se ha llevado todo resto de noche. El airecillo persiste y los aromas se intensifican en la medida que se evaporan. El bicho se ha aposentado en una hoja y la devora a pequeños mordiscos, ignoro si se ha percatado de mi presencia, si ha notado mi poder, si ha presentido mis elucubraciones.
El poder no es matar, el poder es resucitar aquello que hemos matado.







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