sábado, 16 de noviembre de 2013

MIENTO,LUEGO EXISTO





El acto de mentir está respaldado por la excusa en la necesidad en mentir.
Miento, luego existo.
La mentira es la práctica más extendida después del sexo, yo casi diría que incluso supera al sexo, puesto que la mayoría de las veces para poder practicarlo, se miente sin escrúpulos ni remordimiento.
Si sondeamos en las bases que sustentan toda actividad humana, hallaremos que las estructuras de esas bases fueron diseñadas para producir y conseguir beneficios, y que no existen beneficios sin previo engaño, porque en la genética humana prevalece el gen de la supervivencia y somos muy propensos a creer que el fin justifica los medios.
Existen verdaderos expertos en diseñar mentiras, verdaderos profesionales de la artimaña, astutos y convincentes hasta el punto de creerse ellos mismos sus propias mentiras.





La vida, en su distribución y orden, carece de la necesidad de mentir. Se compensa a sí misma  y se retribuye con las defensas que la naturaleza le proporciona. La vida, en sí misma, no necesita mentirse para continuar, sobrevive en una secuencia de acciones relacionadas que le permiten seguir siendo sin la necesidad de engañarse ni engañar.
Pero nosotros, los inquilinos de un tiempo contratado, los moradores de superficies parceladas y expropiadas, los seres más inteligentes de la naturaleza, necesitamos sobrevivir a base del engaño reciproco, necesitamos sustentar nuestra habilidad en mentir, con el incremento cada vez mayor de la credulidad en esa necesidad.
La propia sociedad se sustenta del engaño. Todas sus normas carecen de honestidad y si en su primer origen fue diseñada en conformidad con la verdad y la sabiduría, sus propias exigencias la obligaron a prostituirse para complacerse  y alimentarse en su prostitución.




Todos, absolutamente todos, hemos mentido, no una, si no, millones de veces y cuanto más fomentamos esa costumbre más lógica nos parece, aceptando la mentira como necesidad  vital, carente de escrúpulos, para seguir el ritmo que nos marcamos en la existencia.
Las religiones se sustentan en sus propias patrañas, involucran a sus feligreses a reafirmarlas como verdades sin meditación analítica, sin profundizar en el porqué y como de sus orígenes.
Acatan leyes dictadas por especialistas en la reducción de inteligencias, sectarismos productores de mentiras cuya única finalidad es el dominio y la mansedumbre de aquellos que se dejan persuadir sin concederse la opción a desmentir, por razonamiento propio, el porqué de todas las cosas.
La comodidad subsiste en cada conformismo, nos apalancamos en ese remedio de hacer que los otros mientan por nosotros, descargando la conciencia de posibles remordimientos. Pero en esa estrategia participamos todos y utilizamos el engaño hasta para enamorar.
Siempre me planteo la cuestión de cuantos se dedicarían a la política si el sueldo que percibiesen fuese el mismo que un especialista en ingeniería, si ellos, los políticos, tuviesen que abonar sus desplazamientos y extras. Podéis estar seguros que nadie se interesaría por el bienestar del pueblo, ni por solucionar el desmadre existencial que predomina en todo el planeta.




Mienten, mienten sin vergüenza alguna para enriquecerse, para aplacar su sed de poder con la falacia de mejorar las sociedades. La corrupción y la obscenidad son las únicas metas que persiguen dichos analfabetos de la existencia, utilizan sus sermones cargados de tecnicismo para demostrar su diferencia cultural, tecnicismos que no llegan al coeficiente intelectual de las masas proletarias, porque son simples objetos a quienes extorsionar , a quienes sodomizar y exprimir física y mentalmente.
Todas las políticas se amamantan en la madre mentira, todas se sustentan de un seno que les proporciona los nutrientes para mantenerla, nunca están sedientas, nunca lo bastante como para ser destetadas y crecer por sí mismas en base a la verdad y construir ideales basados en la misma.
Todos, ellos y nosotros, fomentamos y conservamos el modo de mentir mejor, les consentimos que nos mientan, porque hemos aprendido a sacar tajada de sus mentiras a favor de las nuestras.
Tiramos piedras y escondemos la mano, señalamos hacia ellos, porque así desviamos el dedo de nuestra dirección. Hemos aprendido el arte de manipular de tanto ser manipulados, y lo peor de todo es que hemos construido un mundo basado en la mentira con la certeza de que todo es una verdad, según la conveniencia.

Las mentiras están catalogadas en grados. La mentirijilla es el grado menor, el que presenta una faceta inocente que desarrollamos en la infancia cuando queremos conseguir propósitos que nos están vedados. Es una gracia que con la que nos agraciamos y que, en vista de que nos facilita las cosas, adoptamos como sistema para conseguirlas.
La mentirijilla cede paso a la astucia. Es esa táctica pueril que nos permita avanzar en los estudios y las relaciones, echando mano de las copias, simulando ser quienes no somos, para impactar, sobornar, agradar y complacer. La astucia, si se es inteligente, puede abrirnos paso y solucionarnos el futuro, pero para ello deberemos ser previsores y evitar que la astucia nos delate y se convierta en fraude.
El fraude es esa mentira que más tarde o más temprano deja de sostener nuestra falsa identidad. Es como quedarse al descubierto por la pérdida de credenciales y verse en el apremio de tejer nuevos fraudes para sostener nuestra nueva fraudulenta identidad.
Con ese fraude nos vemos obligados a sostener la mentira de por vida, a menos que una dura realidad nos desmantele el escenario y nos convierta en revolucionarios, aceptando que la única verdad es despojarse de la mentira de una vez por todas y vivir a pelo, pero reales.
El grado más pernicioso de la mentira es el que se utiliza para humillar, someter, asesinar, defraudar, adornar mentiras  con el halo del amor, utilizando la sensibilidad y el buen hacer para conseguir finalidades que perjudican al resto de la humanidad.
Nos mentimos a nosotros mismos, cuando aparentamos, cuando establecemos que somos lo que los otros quieren que seamos. Nos mentimos cuando Nos dejamos manipular por la pereza en averiguar quiénes somos.





Mentimos para conseguir un trabajo, y decimos que nos obligan a ello.
Mentimos cuando decimos te quiero y solo verbalizamos.
La mentira es nuestra aliada en las circunstancias donde la verdad suena a demasiado débil.
Hay que mentir, si se quiere avanzar, si es el camino más fácil para llegar a cualquier meta.
Nos vemos obligados a mentir, porque la verdad asusta.
Hay mentiras piadosas, que nos resuelven verdades ocultas.
Es obligatorio mentir cuando pasamos de cierta edad.
Sin embargo reprochamos la mentira cuando nos atañe personalmente y ésta viene de otro, en el que confiábamos.
La verdad existe, pero nos da miedo, no es útil, no rinde beneficios, es demasiado cruel, está desnuda y es hermafrodita. La verdad es aquello que objetamos, porque nos obliga a ser nosotros mismos.
La verdad nos atañe solo, al nacer y al morir. Al nacer, porque no tenemos otro remedio. Al morir, porque silenciamos la mentira que ha sido nuestra vida y nos enfrentamos a la única verdad. La no existencia








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