sábado, 28 de diciembre de 2013

EMOCIONES





VINCENT VAN GOGH

Me emociono intensamente cuando vivo esos casos y cosas que remueven por dentro todo un mecanismo psicofisológico capaz de reblandecer hasta la queratina de las uñas.
Conmoverse, hasta el extremo de menguar el resto de aptitudes, desplegando un sinfín de reacciones, riendo o llorando, extremando los gestos o perdiendo la capacidad de contención.
La emoción es algo que desfigura los entornos de la dureza, un sentimiento que enaltece el ánimo o lo derriba; un estado reconocido y ansiado muchas veces porque nos envuelve en una nube de efímera complejidad sin entender nada, solo dejando que el cuerpo experimente  la parte sublime de la sensibilidad.
La emoción moviliza todos los aspectos de la misericordia, impulsa la ternura creando empatía, socorre al que sufre participando en el conjunto de sentir humano.

Emocionarse al escuchar el canto de los pájaros, porque asimilamos la pureza de la vida  en sus manifestaciones cuando interpretamos ese canto como la continuidad evidente de estar involucrados en esa participación. Notar escalofríos incomprensibles, pero intensamente benignos cuando conectamos con la bienaventuranza de la disolución, reposando del estar y el ser para diluirnos en la contemplación de la nada.
La emoción es un acto de humildad que nos despoja de la soberbia física, mostrándonos que somos capaces de vulnerar las condenas de la carne para acceder a lo más sublime del alma.
Las emociones se manifiestan cuando menos lo esperamos, nos pillan desprevenidos, por eso las aceptamos sin oponer resistencia, nos dejamos ganar por ellas relajándonos ante esa posibilidad de ser más neutros, equilibrando lo positivo con lo negativo sin pedir explicaciones ni analizar  el momento.
Una emoción puede propiciar reacciones en cadena, contagiar al mundo a través de un circuito espacial, un boomerang que viaja hasta lo más sublime del cosmos y regresa con efectos de regeneración que afectan al espíritu de las gentes.





La sensibilidad se alimenta de emociones; escenas y acciones cotidianas que nos implican como actores-espectadores de un sistema capaz de palpitar al unísono por el mero hecho de escuchar la novena sinfonía o sufrir en conjunto por un tsunami al otro extremo del mundo.
La emoción es un sentimiento benefactor, un sedante que se comparte en silencio cuando el sol nos devuelve el día. Un sentimiento que no entiende de razas ni de clases, que vulnera preceptos y se instala libremente sin ser requerida ni esperada.
Existen, sin embargo, cortezas imposibles de atravesar. Epidermis infranqueable cuyos poros han sido sellados para no transmitir ni receptar.   Cuerpos óseos impecablemente vestidos de acero, donde se concentran todos los posibles desenlaces nocivos del planeta y de sus gentes. Esos cuerpos se han formado a lo largo de los siglos con un empedernido sistema de superioridad, un adoctrinamiento impune que los materializa, sin posible acceso a lo humano. Carecen del más mínimo sentido de sensibilidad y su fortaleza consiste en estimular la de los débiles con el horror y la desnutrición mental.
Son material en bruto, peso carnal, robots adiestrados por un mecanismo industrial en la fábrica del imperialismo.

Nunca el amor plantó semilla ni tan siquiera en el útero que los engendró, crecieron ganando y se resisten a perder, sin conocer el auténtico valor de pérdidas y ganancias.
La sensibilidad, dicen algunos, no es buena, hay que dosificarla, no mostrarla ante aquellos incapaces de compartirla, porque es un flanco fácil de atacar, un espacio abierto por donde pueden entrar energías contaminantes, aprovechando espacios para otras finalidades.
Cualquier emoción que reprimamos o guardemos, sea positiva o negativa, es susceptible de convertirse en tóxica.
 Intuyo que lo negativo en una emoción, es la incorrecta expresión de la misma; un comportamiento equívoco de aquello que por intenso o desconocido puede provocar miedo o angustia, descomponiendo el origen natural y reconstruyéndolo como  algo que intoxica el sentimiento.
¿Pero quién puede aplacarla? Si con ese acto de contención se destruye el origen y la fecundidad, si en la premeditación se anula el sentimiento y se convierte en una educada compostura incapaz de ser íntegramente vivida.
REGRESO A CASA -ZANG YIMOU   (la recomiendo)

Cualquier emoción que reprimamos o guardemos, sea positiva o negativa, es susceptible de convertirse en tóxica.
 Intuyo que lo negativo en una emoción, es la incorrecta impresión de la misma; un comportamiento equívoco de aquello que por intenso o desconocido puede provocar miedo o angustia, descomponiendo el origen natural y reconstruyéndolo como  algo que intoxica el sentimiento.
Emocionarse hasta la médula presenciando un parto, viviendo la fecundidad de la lluvia o presenciando el mar en su momento más agresivo. Sentir en todo el cuerpo el ornamento acústico de una sinfonía.
Compartir el amor más tierno con el más desgastado en ambos hemisferios del cerebro pasando por su centro sin olvidar ni odiar nada.
Percibir las más mínimas sensaciones elevándolas al máximo de nuestra capacidad emocional.
Expresar libremente esa tendencia natural del ser humano para gozar con la belleza y la creación. Llorar, sin reparo, por ese pequeño arañazo en el alma, duele, pero sana.
La sensibilidad es un don natural en la existencia del hombre. Al igual que el amor que emana de ella, no se desgasta por más que se use, ni se aplaca por más que se contenga.
Me emociono intensamente, con cada latido de mi corazón que impulsa mi sangre nutriendo mi vida, tan llena de casos y cosas para emocionarse constantemente.





1 comentario:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Emocionarse es la mejor manera de sentirnos vivos, un abrazo cariñoso Gen y gran alegría y parabienes en este Año 2014